Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Siempre con los pies en el suelo buena parte de la afición zaragocista se dejaba llevar por las sensaciones que emanaba el equipo de Escribá. No era una manifestación de júbilo sino de reconocimiento por haber mejorado el equipo, cerrar la portería y volver a los goles con la insistencia de Giuliano Simeone y la llegada de Iván Azón.
La integración de Bebé, el buen momento de Francho y de Bermejo hacían también albergar esperanzas para acercarse a los puestos de play off. El encuentro frente al Éibar era una prueba de fuego para los blanquillos, que trasladaron a más de trescientos seguidores a Ipurúa, donde solamente había perdido un encuentro el conjunto armero.
Tres puntos era el gran premio, seguir mirando hacia arriba; un punto, el empate que tranquilizaba las escasas opciones de verse cuarto por la cola; cero puntos significaba volver a un mes y medio antes donde parecía que era imposible ganarle a nadie.
Queda claro que Fran Escribá ha hecho su trabajo seleccionando a los once mejores que los ha mantenido en la formación titular tres jornadas consecutivas. Lo malo es que no hay recambios, que el viernes ni se supo aprovechar la tarjeta roja a un jugador del Éibar en el minuto 65 y, después de tres sustituciones, se encajó el empate. Es posible que los cambios no fueran los acertados o que los suplentes no entrasen con la suficiente intensidad al partido.
De los tres puntos se pasaba al punto y de ahí casi a los cero puntos en el minuto 83 cuando se pitó un penalti contra el Real Zaragoza que, afortunadamente, el VAR invitó al colegiado a ver en la pantalla para terminar de corregir su decisión.
Se trata de seguir fuertes en la Romareda, de mantener a la afición satisfecha y de conseguir la mejor posición posible de cara a los ingresos de la Liga. Y que Cordero tenga el dinero, el acierto y la voluntad de los futbolistas con los que se negocie desde estos próximos días.