Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Como ya sabrán a estas alturas del día, la Romareda cumple 65 años y sustituyó en tan solo una temporada al campo de Torrero que albergó los encuentros del Real Zaragoza durante un cuarto de siglo.
Yo tuve el privilegio de jugar cuando era un adolescente en las ruinas del viejo escenario blanquillo cuando se utilizaba para encuentros de Tercera Regional, categoría ya inexistente.
La Romareda es para mi el comienzo y el final de un ciclo porque el coliseo zaragozano estaba en mi mente desde niño y tuve la fortuna de acudir con tan solo seis años a un lugar que me pareció impresionante.
Y no solo por el mero hecho de presenciar un partido de fútbol donde el protagonista era el Real Zaragoza, equipo al que empecé a conocer escuchándole por la radio dos o tres años antes en la Copa de Ferias y en la Recopa, sino por el rito en el que se convirtió durante muchos años. El primer gol que recuerdo fue un lanzamiento desde el punto de penalti de Santos, en un partido donde el Granada encajó cuatro tantos.
Allí intervine por primera vez en Carrusel Deportivo a comienzos de los ochenta sustituyendo a mi padre que estaba con gripe en casa, ante Vicente Marco, Juan Vives, Juan de Toro, Chencho, Fuentes Mora, Juan Tribuna o Pepe Bermejo.
Y también formé parte del equipo que informó puntualmente de los partidos de la subsede de la Romareda en Zaragoza en el Mundial 1982, en los Juegos Olímpicos del 92, en centenares de partidos de liga de Primera y Segunda División, de Copa de la UEFA, de la Recopa, de Torneos como el Ciudad de Zaragoza en mayo y en agosto, de los 8-1 al Español y Sevilla, del 6-1 al Madrid, del 6-3 al Barcelona. Y terminé hace tres temporadas cuando dejé de transmitir partidos de fútbol.
El día de su inauguración, el 8 de septiembre de 1957, el Real Zaragoza venció por 4-3 a Osasuna y se entregó un trofeo forjado por mi abuelo Pablo Remacha que se cedió al conjunto navarro.
Pese al desastre de las últimas temporadas el equipo aragonés ha conseguido ganar más de un 55% en la Romareda, objeto del deseo entre los políticos de uno y otros signo, inversores extranjeros, constructores locales y familias, después de un envejecimiento estructural que tarda demasiado en convertirse en algo más que un estadio vacío pese a ser un símbolo para miles de personas.