Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
El lunes llega seco de noticias pese a la niebla de la mañana. Con las sensaciones enquistadas del fracaso y de la necesidad de un cambio a través de un proyecto de verdad. No sé quién pensará en desarrollar todo aquello que debe afrontar el Real Zaragoza para recuperar su nivel perdido.
No podemos apelar a la historia porque eso hacen las personas venidas a menos. Hablar de momentos intensos, de partidos llenos de emoción y de victorias que te permitieron codearte con los grandes.
El pasado hay que recordarlo, cuidarlo porque es nuestro patrimonio, pero nuestra vida es el presente. El día a día que pasa con demasiada pena ante el corto recorrido antes de caer de nuevo.
Jamás volveremos a ganar la Copa de Ferias ni la Recopa, competiciones que ya no existen. El objetivo es llegar a los cincuenta puntos cuanto antes, mirar de reojo al descenso por si acaso y echarle redaños para intentar un poco más en las últimas jornadas.
La eliminación de ayer fue una declaración de intenciones. Se asume la derrota, la vergüenza, el deshonor y la vulgaridad. Ya es un hecho repetido y que comienza a convertirse en costumbre.
Si supuestamente el Real Zaragoza ha tocado fondo es el momento de empujar ahora con todas las fuerzas para subir sin pensar en otra cosa que no sea ganar.
Diocesano fue el golpe de realidad ante la impotencia y la rendición. Pero también puede ser el despertar de un letargo que nos escondía en las profundidades incapaces de asomar la cabeza al exterior.