Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Con casi noventa y tres años nos dejó ayer el “zorro de Arteixo”, quien triunfase con el Deportivo de La Coruña, entrenase al Real Madrid y ascendiera en 1978 al Real Zaragoza. Fue mi segundo entrenador después de Lucien Müller con el que Arrúa y Jordao descendieran a Segunda División. Y así como el técnico francés que fuera central del Real Madrid, era tan educado como distante, Arsenio Iglesias era una persona cercana y amable.
Hizo buenas migas con mi padre porque vivió su infancia en La Coruña y eso me permitió compartir con ambos buenos momentos. Recuerdo que en el bar Picadillis del Gran Hotel, tomábamos algún refresco y al final siempre utilizaba las banquetas libres para enseñarnos cómo quería defender en el terreno de juego.
Arsenio consiguió hacer campeón de liga al Real Zaragoza y no perdió ningún partido en La Romareda. Pero comparado al fútbol de los zaraguayos y antes de Los Magnificos, la afición blanquilla no le perdonó su juego conservador y práctico. Pese a contar con Pichi Alonso en su primera temporada con veintidós goles de los sesenta, ojo, que marcó el equipo.
Recuerdo que un día, como escribí hace más de treinta años en el Punto Deportivo, me contó una anécdota donde el técnico gallego se reía de sí mismo.
Estaba entonces en el banquillo del Murcia y su equipo perdía 0-2 en la vieja Condomina. El capitán le preguntó: “¿qué hacemos, míster?” Y Arsenio le respondió: “iros a cagar, coño. ¡A cagar!”. Pero ellos le entendieron “atacar” y remontaron el marcador ganando al final por 3-2.
Buena persona, entrañable y fugaz. Se marchó la temporada siguiente al Burgos por ocho millones de pesetas, unos 45.000 euros, que entonces era una fortuna.
Amigo Arsenio, que disfrutes de la eternidad y gracias por haberme dejado conocerte hace cuarenta y seis años