Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Da la impresión que la actualidad sirve para ocultar discretamente otros aspectos que hubieran sido noticia tan solo una semana antes. El vendaval de las elecciones municipales y autonómicas ha eclipsado algunas de las conclusiones que en otro momento podían ser fundamentales.
Es cierto que el cambio ideológico en nuestro país ha sido profundo e importante, especialmente por el posicionamiento de los partidos de izquierdas que no han sabido gestionar su necesaria participación con el Gobierno dentro y fuera de La Moncloa. Como tampoco su líder asumir las promesas y cambiar su hoja de ruta para seguir apoyándose en partidos independentistas y sectarios con representantes de muy baja cualificación enfrentados entre ellos.
De ahí que se pase de puntillas en el Real Zaragoza sobre su proyecto de temporada con la fortuna de un espectáculo final en la Romareda imprevisto, el adiós de Alberto Zapater.
Fue el pasado viernes pero el caudal emocional sentido en el terreno de juego y en las gradas, con el televisor delante en cualquier rincón de España, fue extraordinario. Y creo, sinceramente, que aunque los inversores del Real Zaragoza sean gente fría en su trabajo, Jorge Mas tuvo que asumir que el fútbol en la Romareda es otra cosa y que conviven varias generaciones alentando a un club que ha estado a punto de morir varias veces estos últimos años.
La clasificación ha sido insuficiente, la propina de la Liga muy escasa, cuando con una victoria más el dinero hubiera sido mayor. En consecuencia, Cordero deberá seguir trabajando con sus dos presupuestos, el A y el B, para darle un cambio a este proyecto que, el viernes, como en un teatro de barrio, bajó su telón remendado gracias a un monólogo final fuera de la obra interpretada.