Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
La afición del Real Zaragoza sigue a la expectativa de lo que ocurra de aquí al próximo partido en la Romareda, con las dudas sobre la plantilla, el entrenador, el director deportivo y el director general. Una parte de ella exige el cese del técnico riojano por considerar que no es el idóneo para liderar la plantilla. Las similitudes con Idiákez, Milla o Baraja les ponen en prevengan de cara a un necesario cambio.
Otros prefieren esperar a que se consigan las victorias para recuperar la moral y la velocidad de crucero, mientras que un sector más pequeño entiende que con el límite salarial del Real Zaragoza en invierno se podría dar un vuelco a la plantilla.
El caso es que desde el club el silencio hace daño a los oídos y se echa de menos la presencia de un responsable que tranquilice a los seguidores blanquillos en estos momentos de incertidumbre.
Ni Carcedo ni Torrecilla son los indicados para ello y el único que está al frente del ejército es Sanllehí, cuyas ultimas declaraciones en la prensa inglesa no cayeron demasiado bien aquí; parece ser que si la pandemia no se hubiera producido seguiría en el fútbol inglés.
O no se sabe lo que se tiene que decir, o no se tiene que decir nada, o no se quiere decir lo que realmente pasa. En los tres casos empiezan a erizarse los vellos porque algo ocurre en las cocinas.
Y supongo que a los que han puesto 25 millones de euros no les apetecerá nada ver cómo está el equipo en lo deportivo y en lo social. Porque el ascenso a corto plazo es la única llave a la rentabilidad del Real Zaragoza.