Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Esta tarde a las seis y media el Real Zaragoza se juega gran parte de su credibilidad en el Toralín. Un escenario donde solamente ha ganado en una ocasión, en la Copa del Rey, hace más de treinta años. El resto, en esta década ominosa, han sido cuatro empates y dos derrotas.
Regresa Jaume Grau a la formación titular pero ni Francés, ni Iván Azón, se han desplazado a Ponferrada. Lugar geográfico de importancia en el tren nocturno que tantas veces he tomado para ir a La Coruña o Vigo. La bifurcación de la vía y el comienzo de otro largo camino hasta las doce que llegaba el convoy a su destino.
Recuerdo hace unas temporadas “la fiesta de la salchicha”, que no llegó a celebrarse porque llovió antes del partido y la cancelación de esa merienda popular ante la llegada de un histórico venido a menos que le daba caché al campo de fútbol.
Me da la impresión que, en general, se ha bajado el nivel de entusiasmo tras el encuentro de Las Palmas, en el debut de liga, y la espera de la llegada de un delantero centro goleador; no hemos quedado en Pape, desconocido para la inmensa mayoría de la afición, sin disfrutar de la combatividad de Iván Azón y con ganas de ver a Puche jugando con Giuliano Simeone.
El asunto de los diez millones de límite salarial ha dejado también con el paso cambiado a los seguidores blanquillos. Que después de los suspiros de Sanllehí, en el anuncio de la renovación de Francés lamentándose de la escasas posibilidades del Real Zaragoza en el mercado de fichajes, deja fríos a los aficionados aragoneses.
De cara al encuentro de hoy, se juegue con el once que se juegue, lo único importante es ganar. Tres puntos que darían aire al equipo, confianza a los jugadores y convicción a la hora de regresar a la Romareda.