Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Después del cambio de juego y marcadores de estas dos últimas jornadas el cierre a 2023 se presenta como fundamental para seguir luchando. Con bajas importantes y una falta de gol que hace muy difícil marcar en cada partido y necesario mantener la portería a cero. El Amorebieta, con cambio de entrenador para el domingo y con escasos seguidores zaragocistas porque no venden más entradas que las obligadas al club adversario, debe suponer un aliciente para la victoria y recibir al Levante el miércoles en la última gran fiesta zaragocista en la Romareda del año.
Julio Velázquez es inteligente y ha conseguido llegar a su plantilla y a la afición gracias a la cercanía y a los cambios en el contexto futbolístico que ahora ofrece el equipo sobre el terreno de juego. Una proximidad que también se nota en los seguidores aunque aún sea pronto para una relación como la conseguida, por ejemplo, con JIM que fue de gran ayuda para la permanencia en momentos muy complicados para los blanquillos.
El regreso al fútbol el mes de enero será más duro de lo que esperamos; habrá bofetadas por fichar y el Real Zaragoza tiene que hacerlo especialmente en forma de goleador y no los hay con el sello de calidad puesto sobre su piel además de ser más caros de lo que valen.
Que se hayan hecho públicas las fechas de la reconstrucción de la Romareda es positivo porque tranquiliza a todos: a los inversores, al club, a la afición y a los posibles negocios que puedan beneficiar a Zaragoza a medio y largo plazo, además de la seguridad que el estadio no pierde su municipalidad. Y me es indiferente que lo haya conseguido una formación política u otra después de más de veinte años de disputas y caída en picado de la entidad.
Las batallas que ganan guerras son aquellas que se encadenan y, aunque no sean recordadas, favorecen un final cercano para la contienda. Y no olvidemos que lo mejor de un conflicto es que llegue a su fin y lo ganes, aunque el tiempo de restañar las heridas sea también complejo y doloroso porque el pasado está demasiado cercano para olvidar lo perdido durante el camino.