Fue mi primer referente futbolístico, una persona con la que mantuve una entrañable relación y que me ayudó mucho en mis comienzos. Recuerdo que acompañaba a mi padre los domingos por la mañana cuando jugaba el Real Zaragoza en la Romareda al hotel Ruiseñores para que él entrevistase al entrenador y a un par de jugadores.
Lo hacía en un magnetofón de cinta abierta que se llevaba en una maleta con varios metros de cable para enchufarlo a la corriente, aparato que conservo en mi colección. Y, a veces, mientras estaba Paco Ortiz charlando con algún directivo o técnico del club en la barra, cogía con seis y siete años el micrófono de jabonera y hacía como si fuera yo el entrevistador. Un día vino José Luis Violeta, entonces un chaval, y se acercó a mi para que simulase hacerle unas preguntas.
Años después, con los zaraguayos, le pedí que nos fotografiásemos en una de las porterías de Balaídos en el que fue mi primer desplazamiento con el Real Zaragoza. Acompañaba a mi padre en un vuelo chárter directo del club, un avión de hélices donde iban también una veintena de aficionados.
Le entrevisté dos años después de su partido homenaje en la Romareda tras su despedida, en un magnetofón de cassette en el interior de la tienda de muebles que había abierto recientemente. Una grabación que aún conservo y que el año pasado escuché preparando la exposición de los 100 años de radio.
Le vi muchas veces desde entonces, tenía la amabilidad de hablar conmigo y de escucharme. Jamás hizo ningún comentario negativo del Real Zaragoza y eso que tenía motivos para ello porque no se portó el club bien con él y, aunque se hizo entrenador, jamás le llamaron.
Leal, cordial, buena persona y un referente eterno del fútbol aragonés. Ahora todo el mundo le añorará, le harán homenajes y le entregarán a título póstumo galardones, mientras que en vida apenas se le reconoció como se merecía. Algo muy común en esta Zaragoza tan injusta con su gente.
Querido José Luis, haré lo posible porque seas siempre recordado y te conviertas en inolvidable.