Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
El estado de crispación de la mayoría de los españoles es tan grande por lo sufrido en estos últimos años que ni la entrada de la selección española de fútbol a la Final Four de la Liga de Naciones nos pone de acuerdo.
Hay a quien no le gusta Luis Enrique por su forma de ser, por los jugadores que selecciona o por el fútbol que practica. Pero otros se dan por satisfechos por el gol conseguido en Portugal a tres minutos del final que clasifica al combinado nacional.
Además, otros muchos, piensan que el uniforme del equipo parece un pijama y quizás sea el más feo de los que ha vestido la selección este siglo.
Lo mismo pasa con el Real Zaragoza; los más escépticos y desengañados piensan en que se va a sumar otro fracaso esta temporada con Carcedo. Los hay que asumen la felicidad gracias a la esperanza y piensan que con Iván Azón recuperado, Giuliano Simeone en su línea y la entrada de Papu, lo van a convertir en invencible.
El fútbol es el reflejo de nuestras vidas, aquello que odiamos cuando nos hace daño pero que amamos con todas nuestras fuerzas. La puerta de salida a nuestras vidas con escasos alicientes y muchos disgustos que asimilar.
De ahí la crítica inapelable, el decir que uno se va sin marcharse y en mirar a los árbitros como la guinda que se pone en el pastel, ofrecido con la mano como recién recogido del suelo.
La vida es así, “esperar lo mejor, temer lo peor y conformarse con lo que llega”.