Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
La crisis del Real Zaragoza con la nueva propiedad fue prevista ya por los seguidores del equipo aragonés nada más llegar Raúl Sanllehí al club. No parece sensato que la primera decisión fuera renovar por una temporada al director deportivo que era centro de las críticas del público por su escasa eficacia en la construcción del equipo.
Y menos la alabanza continua de sus valores y la cercanía y amistad que mantuvieron ambos directivos. La apuesta por el entrenador fue del propio Sanllehí y su contratación no fue por un precio ajustado. Con unos y con otros, al margen de renovar a los canteranos que ahora por diferentes circunstancias tienen menos protagonismo, la calidad de la plantilla tampoco da para mucho más. Y si se encuentran desorientados y superados por los acontecimientos ante el cambio constante de sus funciones, peor todavía.
Para el mercado de invierno hay que comenzar a trabajar cuando termina el de verano. En este caso ya vamos tarde y el recambio de Torrecilla deberá asumir esta temporada y la siguiente, lo que obligará a un pleno absoluto para las diferentes proyecciones del club según los objetivos que se puedan conseguir.
Y en cuanto al entrenador, unos medios dicen que será joven y con una ficha económica y otros que veterano y con dotes de empatía para darles confianza a los jugadores.
De una u otra forma el fracaso en el primer objetivo es clamoroso: números estadísticos nunca alcanzados en el tema deportivo, imagen de inseguridad, enfado de la afición y rechazo al silencio más cerrado y oscuro que incluso en la etapa de la Fundación.
Quizá sea porque nunca terminaron de marcharse y siguen tomando decisiones con la remodelación del campo de la Romareda y su utilización como negocio alternativo al fútbol como único punto de unión entre las familias y los inversores.