Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Se me ha echado el tiempo encima a lo largo de una difícil mañana con el permanente recuerdo de París. Cada vez está más lejos, vive menos gente cercana de entonces, ha cambiado el mundo, nuestra vida y ese sentimiento que se llama Real Zaragoza.
La forma de trabajar, los líderes de la comunicación, los grandes programas y reportajes, la ilusión de los aficionados, las metas propuestas, el desconocimiento de crisis, pandemias y guerras que tendríamos que asumir en ese supuesto maravilloso siglo XXI que es ahora del cambio climático.
He subido a la red la crónica que relaté desde la misma cabina para que la grabasen en cassette en Radio Zaragoza y la recogiesen los compañeros del periódico Equipo, sin escribirla y con la maravillosa tensión de haber retransmitido el partido con Paco Ortiz. Que sabía iba a ser el último importante de su carrera porque todo estaba preparado para su retirada año y medio después.
También he colgado un video casero con el banderín, un radiocassette y la cinta donde tengo grabado el encuentro y que edité hace tres años, en el veinticinco aniversario de la final de la Recopa. Incluso una grabación por zoom en la pandemia cuando hacía de esta manera los programas para Aragón Radio de dos horas de duración. Allí había compañeros con los que hace más de un año no tengo relación después de mi salida de la CARTV y que en esos momentos lo pasamos bien en el confinamiento inventando formas de acompañar a las personas que nos escuchaban.
Vamos ya hacia los treinta años del acontecimiento y con un club en cuesta abajo que ha sufrido los intereses de las familias influyentes de Zaragoza con un bombardeo político que deja tan atrás a los vecinos de este municipio como la oligarquía que nos controla.
Y lo peor es que nuestro futuro ni está diseñado, ni escrito, ni proyectado, acostumbrándonos al vaivén de sensaciones adornadas con nuestros mejores recuerdos.