Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Volvemos a un sábado de silencio y de espera después de una semana complicada con una derrota en Gijón, a cuatro puntos del descenso y con un rival que se encuentra, precisamente, en la zona roja de la tabla clasificatoria. Con cinco bajas en la formación titular, un lunes por la noche frío y seguramente ventoso, que allá por el siglo IV experimentó el obispo patrón de Zaragoza, que salvó la vida en Valencia tras la cruel persecución de Diocleciano. Lamentablemente para él no creo que llegase a degustar el roscón que en su honor celebramos mañana.
Y así las cosas, Jairo Quinteros es quien lo tiene más fácil para salir pero eso no parece ser suficiente para contratar un extremo, un central o un delantero centro de verdad, no como Pape Gueye.
¿Cuántos seguidores acudirán a la Romareda? ¿Cuál será el talante si las cosas no salen bien? ¿Seguirán con el rosario de expulsiones y lesiones que han debilitado a la plantilla desde el comienzo de la temporada? ¿Jugarán juntos Giuliano Simeone e Iván Azón?
Hace días que no se habla de Sanllehí que ha desviado el foco de su atención a Escribá, como ha ocurrido en los últimos entrenadores excepto Carcedo. Porque Juan Carlos Cordero no es una persona que tenga como función salir a calmar a la afición de la Romareda. Bastante tiene con intentar darles salida a los que sobran e intentar que venga alguien para aportar algo de aquí al final de la Liga.
La espera suele hacerse larga y, según la actitud de cada uno, positiva o negativa. Algo que nos acompaña desde siempre en este zaragocismo casi centenario manipulado, de una u otra manera, por los poderes fácticos de la ciudad, tanto en el franquismo como en la social burguesía, la construcción o las entidades financieras, además de familias aristocráticas y fuertes vínculos con la religión católica en su parte más conservadora. Sin olvidar a las marionetas políticas de esta Comunidad que solamente están al servicio de sus líderes y cuya fuerza es inexistente de cara a romper la burbuja de cristal donde estamos encerrados.