Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
La actitud ante la adversidad, aunque sean hechos de escasa importancia en el día a día, es interesante de interpretar.
A todos nos ha ocurrido que se nos haya escapado un autobús a escasos metros de la parada, hemos intentado incluso correr para subirnos al vehículo o dejarlo pasar para evitar la carrerilla inútil.
Esta mañana, aunque iba bien de tiempo, he observado que llegaba mi bus a la parada y teniendo en cuenta las personas que esperaban para montarse y la distancia por recorrer me he venido arriba y he esprintado con cierta elegancia para atravesar el umbral.
Cuál no sería mi sorpresa cuando nada más pasar el último pasajero, las puertas se han cerrado con el riesgo de pellizcarle las nalgas. Aún parado, he golpeado el cristal sin recibir ni la mirada del conductor y con una arranque propio de un cohete espacial.
Solamente había una señora en la parada, que esperaba un autobús de otra línea, que se ha solidarizado conmigo. “Creía que al principio esto me lo hacían porque era de una otra raza, pero ya he visto que también pasa con los blancos”.
Cuando se atraviesa una situación difícil, como la huelga de un servicio público y la preocupación por tu trabajo, el que menos debe sufrir las consecuencias, en mi opinión, es el ciudadano.
Yo he sufrido circunstancias tan negativas como la muerte de mi padre la víspera de un partido, un infarto agudo de miocardio y un par de intervenciones quirúrgicas y nadie se ha enterado, especialmente la audiencia hasta pasado un tiempo. Incluso después de fuertes controversias con encargados y lamesuelas, o cuando había tomado la decisión de abandonar el último medio en el que estuve. Hay que ser profesional hasta el final.
Y lo mismo pasa con futbolistas, entrenadores, dirigentes y demás personas que se dedican a trabajar para el público.
Hoy, por lo menos, he caminado un rato y eso siempre le viene bien a nuestro cuerpo.