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Ortiz Remacha

Burgos amaneció con el cielo despejado y la temperatura máxima no llegó a la treintena de grados en la sobremesa del 24 de julio de 1941. María Cristina llegaba seis años después que Inmaculada y no era el niño esperado por Pablo, que deseaba la continuidad de su oficio, después una vida tan dramática como tocada por el éxito en un tiempo donde cualquier error era irreparable. Tres hijos no llegaron a vivir entre la mayor, protegida en Calatayud con la familia materna, entregada a la música y la cerámica, y Cristina, que creció en la soledad y en busca de complacer a sus padres por la pérdida de los que podían haber sido sus hermanos y con su talento artístico difícilmente comprensible para trabajar en una fragua.

Marcela conoció a Pablo en Calatayud, eran vecinos, y la forma de ser del joven herrero le llamaba la atención después de su proceso de maduración personal. Ella fue su alumna en unas clases de pintura intensas y la necesidad de cariño de ambos creó una ternura que superó las adversidades políticas de un tiempo de odio y guerra. 

Tiempo atrás, con veinte años, Pablo Remacha consiguió una beca para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid. Era otro mundo y quería volar del nido, estaba preparado. Con 23 años se marchó a París, a la Exposición Internacional de Artes Modernas lanzándose a una vida completa de genialidad y cambio de interpretación artística con el “art deco” de Montmartre recuperando toda la rebeldía contenida y la libertad de esa sociedad que las asimiló como suyas. Aprendiendo, conviviendo con gente más al límite que él mismo, tímido y hasta cierto punto marcado por el estricto carácter de José María, su padre, heredado de su abuelo que había mantenido con mucho esfuerzo el negocio.

¿Adónde hubiera llegado el artista impulsado por tantos genios a su lado? Imposible saberlo, más aún cuando el importante herrero bilbilitano, republicano hasta la médula, fue a buscarle al paraíso, su hijo tenía que trabajar en Calatayud. Estaba obligado a golpear el hierro en la fragua y solamente al final de la jornada tenía tiempo de crear lámparas, animales mitológicos, abridores de cartas, mesas y estanterías con forma de planta que ascendían mientras daban vueltas y las hojas sobresalían con vida propia.

Pablo también dibujaba, expresaba con realismo sus ideas para que pudieran llevarse a cabo en la fragua. Pintaba, era capaz de utilizar pequeñas cartulinas para retratar sensaciones y deseos más que personas y cosas. Creó tiempo después su propio taller en Calatayud para tener la libertad creativa que sorprendía tanto a la burguesía de su tiempo y que elevaba su oficio de herrero a la de “forjador artístico”. Marcela, por fin, empezó a recibir clases de pintura del que sería su marido en una España que se descosía y donde el odio radicalizó las dos maneras de representar un país que empobrecido y que se alejaba otra vez de Europa. Poco antes del comienzo de la guerra civil les casó en su parroquia el tío Andrés, sacerdote, que educó desde pequeña a la solitaria Marcela junto a su empoderada tía Elisa que ejercía una barrera de protección tan implacable como dulce sobre ella. Así se bendijo una una relación maldita llena de amenazas y rupturas. 

Burgos les daba otra oportunidad y se marcharon allí, casi como huídos, para trabajar en su ganada plaza de docente de forja artística en un taller que instaló en una zona tranquila de la fría capital castellana. Durante la guerra civil estuvieron a punto de ser asesinados por la profunda convicción religiosa de Marcela pero finalmente siguieron adelante sin saber que llegaron a tener el punto de mira de los republicanos en sus cabezas.

En 1941 y después de varios intentos frustrados de aumentar la familia nació María Cristina que hizo brotar de nuevo los deseos de regresar a su tierra y de ser reconocido tal y como había logrado en su “destierro”. En la Exposición Internacional de Lieja obtuvo la medalla de oro en “arte decorativo” que suponía el mejor galardón de los que había conseguido ya en su carrera. Los viajes a Calatayud en tren eran frecuentes para tener contacto con Inmaculada en la torre de Elisa y después de la primera Comunión de Cristina, en Ibdes, localidad natal de Marcela, consiguió una plaza en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza y se instaló en la calle Reina Felicia en el barrio de la Química con un taller donde también enseñaba a sus discípulos el oficio de herrero y mucho más, puesto que el toque artístico quedó impregnado en alguno de ellos.

Desde entonces, en 1949, su carrera fue imparable destacando en la forja, cincelado, repujado, moldeado y en la ornamentación arquitectónica aplicada, con cierto guiño al cubismo. Las exposiciones eran muy celebradas por el círculo artístico de Zaragoza y solían realizarse en Navidad y Reyes aunque también presentaba su obra en otras ciudades españolas con importancia mediática y de ventas.

Mientras tanto crecía Cristina y se apasionaba junto a su madre mientras pintaba paisajes las tardes de verano cerca del río y bodegones dentro de su parcela. Le obliga a su padre a enseñarle a golpear el hierro candente en el yunque y él disfrutaba como si fuera su reemplazo en un futuro. Pero él sabía que no iba a ser posible aunque su talento era inmenso y ella, Cristina, les había escuchado una noche la pena que sentía Pablo por no tener un hijo varón.

Ese comentario la marcó de por vida e intentó vivir como un chico jugando al fútbol, vistiendo como ellos y aprendiendo con su padre aunque solamente fuera mirando lo que hacía con el martillo. “Una pieza bella sea nuestro afán”, ese cartel colgado en una de las paredes del taller lo enmarcó en su mente para siempre.

Cristina se especializó en vaciado en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza con los maestros Joaquín Albareda y Francisco Bretón. Pero estaba claro que, excepto algunas pequeñas obras, su futuro estaba encaminado a la pintura que compartió con su madre, aunque a la joven artista le gustase más el cuerpo humano como protagonista y los rasgos de los rostros pintados que los árboles y las montañas. Con tan solo diez años comenzó a colaborar en las exposiciones de su padre, la primera de ellas de postales navideñas en Zaragoza en 1951.

Pintó cuadros más grandes, con motivos religiosos, como un nacimiento que le regalaron a don Basiliano Ángel, el médico de la familia, que colgó en su sala de espera. Una persona atenta, agradable, que por la mañana visitaba a sus pacientes de la “iguala” y por la tarde recibía tanta gente en su consulta, en la calle General Franco 100 (actualmente Conde Aranda) que a veces tenía clientes esperando en las escaleras.

Cristina estudiaba en el Instituto Francés de Zaragoza que dirigía Monsieur Lamberlain y disfrutaba en la ida y la vuelta tomando el tranvía enfrente del entonces cuartel militar de la Aljafería hasta la entonces calle General Mola (Paseo Sagasta) y tuvo una gran amistad con su hija Isabel. Tal es así que, años más tarde, su hijo Pedro Pablo hizo la especialidad médica en París donde conoció a su hija Guyléne y se enamoró de ella contrayendo matrimonio en 1989.

Todo cambió para Cristina en 1956 cuando participó en una exposición colectiva de dibujos y óleos en Radio Zaragoza. Entonces la emisora era un punto de referencia para artistas, toreros, futbolistas y disponía de unas instalaciones de restauración visitadas incluso por el entonces cadete Juan Carlos de Borbón. Una cafetería con jaulas de papagayos, espacio suficiente para actos sociales y la presencia del locutor Paco Ortiz que deslumbró a la niña con su voz. Posteriormente volvieron a verse en la sala Reino, de la calle Alfonso, en una exposición colectiva con sus padres. Y algo más tarde en el salón del que disponía la emisora EAJ 101 en el pasaje Palafox donde se emitían concursos en directo y actuaciones musicales.

El flechazo surgió cuando ella contaba con menos de catorce años aunque parecía mayor por su forma de vestir y sus largas coletas. El joven y apuesto comunicador tenía veintidós y también quedó rendido a la mirada de los ojos de Cristina. Ella atravesaba un mal momento porque estaba siendo apartada de la forja y dirigida a la pintura, su futuro cuñado Agustín era el mejor discípulo del taller y se casaría con su hermana Inmaculada, quedando relegada a un plano testimonial en su deseo de tomarle el testigo del relevo a Pablo Remacha en su fragua.

Además su padre era muy crítico con su trabajo y le obligaba a repetir una y otra vez sus dibujos, mostrándole las técnicas de la cera, envejecer objetos, la policromía y el linograbado, indicándole que tenía que romper la mitad de lo que hacía, después la mitad de lo que le quedaba y, solo entonces, elegir el mejor. Lloraba en busca de su madre y él la seguía intentando consolarla contándole historias de cuando estaba en París con los grandes pintores y escultores de los años veinte.

Marcela, siempre enferma, solamente escuchaba y Pablo tenía que refugiarse a veces en las rondas de vino que tomaba por las tardes con sus amigos para mostrar lo que llevaba en su interior. La soledad y su mundo que empezaba a declinar quemaban su interior.

Cristina quería huir y comenzar una nueva vida y Paco Ortiz aún no sabía que su popularidad iba a crecer poco tiempo después con “los magníficos” del Real Zaragoza en un estadio de la Romareda construyéndose para sustituir al viejo de Torrero. Iban juntos por las tardes a los cines del Paseo Independencia, él la llevaba en su “vespa” y Cristina necesitaba ser querida, admirada y deseada. Pablo y Marcela tuvieron conocimiento de esta exhibición y lo que decían alterados sus amigos y conocidos por ese inusual “noviazgo”. 

Cuando ella cumplió quince años Paco Ortiz acudió a la casa de los Remacha y le espetó a sus padres en primavera que iba a casarse con ella. Ellos habían asumido que la boda se celebraría en cuatro o cinco años pero no estaban dispuestos a un matrimonio tan urgente a no ser que ella estuviera embarazada, algo que negaron los dos novios. El locutor, subido en la ola de la fama, le advirtió al artista que estaba dispuesto a raptarla y llevársela fuera aunque se organizara un escándalo mayúsculo.

Alfonso, mayor que Paco, era sacerdote y acababa de ser nombrado rector del Seminario Menor de Zaragoza donde vivía con su madre, Carmen, tras la muerte de su marido en 1957. Cuando se enteró de la situación salió al paso y como autoridad eclesiástica les propuso una boda el día que había exigido el locutor, el 25 de enero de 1958. Así, con el apoyo de la familia de Paco Ortiz, se llegó al día de una boda que despertó el interés y el morbo de la sociedad zaragozana.

Al residir él en una pensión de la calle Almagro y no disponer del dinero suficiente para alquilar un piso en ese momento vivieron en la parcela de la calle Reina Felicia durante seis meses. Después llegaron las vacaciones de verano y un viaje de cerca de mil kilómetros en vespa de Zaragoza a la Coruña, para mostrarle la ciudad donde había vivido como el “hijo del rojo” después del ostracismo de la familia Ortiz García de su Valdepeñas natal. En Bilbao fue concebido el primer descendiente de la nueva familia que nació en marzo de 1959, quince meses después de la boda para alivio de la mayoría porque se confirmaba la virginidad de Cristina en su matrimonio. Difícil fue su última etapa en el Instituto Francés donde acudió embarazada a intentar continuar sus estudios ante el rechazo de la mayoría de alumnas y profesores, especialmente una de origen africano a la que terminó odiando por su perseverante actitud de aversión Cristina Remacha.

Alquilaron poco tiempo antes de la llegada al mundo de Paquito un piso pequeño en Millán Astray 3 (María Zambrano) donde ella pintó con flores las paredes de las habitaciones y situó meses después su escultura de hierro forjado que recibió la medalla de oro en el Primer Certamen juvenil de Arte en Zaragoza celebrado en 1960. Su última exposición durante mucho tiempo fue en 1962 con su padre en Burgos. Estaba a punto de tener a Pedro Pablo, su segundo hijo.

Cambió radicalmente de vida. Se convirtió en una esposa convencional, madre cariñosa y favorable al tabaco y al alcohol en las salidas de los viernes por la noche a la sala de fiestas Cancela donde se divertían cuando estaba en Zaragoza su marido. Poco después del nacimiento de su segundo hijo las transmisiones futbolísticas de Paco Ortiz fueron cada vez más frecuentes con viajes al extranjero para radiar los partidos de la Copa de Ferias y la Recopa de Europa provocando una gran soledad en ella que se acrecentó con la muerte de sus padres; el 9 de octubre de 1964 Pablo y seis meses más tarde Marcela que no superó el adiós anticipado de su marido antes de cumplir los 63 años y pasó sus últimos días en casa de su hija.

Cristina apenas había hecho nada importante durante ese tiempo más allá de entretenerse pintando el armario de la habitación de sus hijos con las imágenes de “Bambi” y su entorno, cáscaras de coco como elementos decorativos y algunas tablas de madera con motivos religiosos. Nació su tercer hijo, Alfonso, poco después de abandonar este mundo Marcela y ya tenía otro motivo para centrarse en la vida familiar alejándose paulatinamente de la forja porque su cuñado era entonces el dueño del negocio y ni él, ni su marido, veían con buenos ojos que pasara tardes enteras en el taller.

Ocurrió entonces que la publicidad inundó sus vidas y a través del dueño de Spar en Aragón, José María Solanilla, la situación dio un giro importante. Además del fútbol Paco presentaba los actos de inauguración de los nuevos establecimientos y los grababa en un magnetofón de cinta abierta con declaraciones del alcalde y personas de cada uno de los pueblos donde era una acontecimiento su presencia. Eso aumentó su popularidad y Solanilla le propuso crear una agencia de publicidad y hasta le cedió un piso en la esquina del Paseo de la Independencia con San Miguel.

Llegaron los establecimientos Paymar, La Zaragozana, Galerías Primero y otras empresas locales que permitieron poco a poco la incorporación en secreto de Cristina a grabaciones publicitarias como voz de la imagen de Margarinas “Natacha” en programas comerciales grabados.

Y de allí a publicidad en periódicos como el vespertino local Aragón Exprés donde dibujaba los anuncios utilizando “letraset” para los textos. Como indica la agencia de publicidad Pixel Creativos, “consistía en una plancha semi transparente en la que se encontraban un gran número de letras y signos de puntuación, entre otros, de un tipo de fuente o tipografía determinada, la cual se colocaba sobre la ilustración trabajada en plumones o tempera y se iba raspando una por una las letras hasta conformar una palabra”. 

Se convirtió en una auténtica especialista y creó la nueva imagen corporativa de cervezas la Zaragozana en los años setenta. Utilizó como estudio la primera habitación de sus hijos aprovechando el cambio que hicieron en su casa al comprar el piso donde vivían desde 1961 al nacer su segundo hijo. Allí colocó una mesa de dibujo, las estanterías de forja que le regaló su padre y que decoraban hasta entonces el salón y comenzó con otra actividad: la publicación de cómics en el periódico. Fan de las publicaciones de Flash Gordon dibujó y coloreó en su mismo formato una colección de capítulos que posteriormente encuadernó.

En 1974 recibió el encargo de una iglesia zaragozana para pintar un cuadro tamaño natural de la Virgen María. El supuesto parecido con Jacqueline Kennedy Onassis hizo que rechazara unos meses más tarde el párroco la obra conservándola en su dormitorio desde entonces.

Uno de los clientes más importantes de esa época fue Galerías Primero que creció en todo Aragón con gran éxito y tuvo su sede en la antigua pista de hielo El Ibón en la calle Requeté Aragonés (cinco de Marzo) que a su vez sustituyó al Frontón Jai Alai construído en los años 30. La esposa de Plácido Muñoz, dueño de la cadena comercial, era muy aficionada al arte y apoyó a Cristina Remacha que empezó a conocer a las personas vinculadas a la alta sociedad burguesa en la transición democrática una vez fallecido el dictador Franco. 

Cristina tenía treinta y cinco años, tres hijos y había sufrido dos abortos. Dejó de beber y fumar, se convirtió en vegetariana, volvió su pasión por la pintura, encontrando en el cercano Centro Pignatelli recién construido en Marina Moreno (Paseo de la Constitución) su vocación religiosa.

En estas circunstancias llegó a un acuerdo con la comunidad de propietarios cediendo el trastero del sótano por el antiguo depósito de aguas situado en la parte más alta del edificio. Allí organizó su estudio de pintura donde sube todas las tardes para crear su obra, un lugar donde solamente acudía ella excepto cuando les enseñaba los cuadros a sus hijos, alguna de sus amigas más cercanas o periodistas que se interesaban por algo tan peculiar.

En ese espacio mágico pintó los cuadros de su primera exposición en la sala Barbasán de Zaragoza en 1976 que fue un éxito formidable y que le animó a dedicarse fundamentalmente a pintar y a progresar en nuevas tendencias artísticas. Incluso con la llegada de su cuarto hijo, Cristian, en 1978 no dejó de pensar en recuperar el tiempo perdido. 

Esos años había aumentado su protagonismo radiofónico su marido al transmitir con José María García en la Cadena SER los partidos internacionales de la selección española de fútbol en los mundiales de Argentina ‘78 y posteriormente el de España en 1982 con Héctor del Mar y las Eurocopas de 1980 y 1984 en Italia y Francia respectivamente.

Comenzaban los años más brillantes en las salas de arte, especialmente los años que expuso en la Galería Goya de la Plaza del Pilar hasta que cerró. Viajó a La Coruña, Madrid, Valencia, Sevilla, Huesca, Borja y Calatayud en esa época donde acudió a la Escuela de Idiomas para aprender inglés e italiano ya que dominaba el francés al haber estudiado en el instituto bilingüe.

En 1984 conoció otra de las posibilidades de recrearse como persona: el kárate. En las vacaciones de verano disfrutadas en Panticosa, por primera vez en mucho tiempo el matrimonio con sus cuatros hijos, acudió a una clase que le cambió sus expectativas de vida. Antonio Piñero, un sensei histórico, le cautivó con este deporte milenario. Aprovechó los días para entusiasmarse con este regalo inesperado y continuó hasta ahora acudiendo a Karate Kan, donde consiguió después de varios años ser cinturón negro y continuar ejercitándose para mantener su energía física y emocional. Pintó varios cuadros ofreciendo la explosión de fuerza en el rostro y en los brazos durante esos primeros años de descubrimiento.

Vivió una época de libertad tras la emancipación y posteriores matrimonios de sus dos hijos mayores donde fue ella misma y la protagonista de su vida que continuó después de la jubilación de su marido en 1998 y su fallecimiento en 2004 a punto de cumplir los 71 años. 

Antes había realizado una serie de pinturas en la Iglesia de San Esteban de Estadilla y en la sacristía de San Gil de Zaragoza. Su galería de referencia de 2007 a 2013 fue Decor Art, donde también encontró un grupo de artistas que se relacionaban entre ellas y le motivaron para seguir avanzando en su pintura y mostrar sus sentimientos en cada uno de sus cuadros. En 2007 donó una obra a la Capilla de San Francisco Javier del Colegio de los Jesuítas en Zaragoza, cuya relación seguía siendo muy importante para ella. En 2011 consiguió algo muy importante para un artista y mucho más si es una mujer, ser admitida en la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis.

Su exposición más espectacular fue en la Casa de los Morlanes, edificio propiedad municipal del siglo XVI con una imponente sala de exposiciones en 2016. Quizás la última de relieve al mostrar toda su obra pictórica de los últimos cuarenta años.

A partir de entonces el cambio de orientación del arte tradicional, el fallecimiento de sus mentores y el cierre de las salas le hizo refugiarse en una constante creación de cuadros y láminas creadas en su estudio y rompiendo la forma de pintar, dejando el pincel, utilizando los dedos, con el azul como color más característico, la influencia de las plantas y las flores en los lienzos que disminuyeron de tamaño.

Las exposiciones fueron una necesidad para ella y buscaba salas sin tanta categoría y esplendor porque habían desaparecido o sus contenidos no formaban parte de su idea creativa. 

Lo importante para ella era exponer cada año aún sin esperar la compra de sus obras porque la sociedad ha cambiado mucho en ese sentido en el último medio siglo. Con ver el día de la inauguración la sala llena, los críticos de arte de los medios preguntando sobre el sentido que le daba a la colección y explicar cada uno de sus cuadros a los amigos y el resto del público que acudía esa tarde a la sala.

Y así continuó, creando a través de sus sentimientos y mostrando su corazón, comunicarse con todos y cada uno que vean sus trazos firmes y cada vez menos académicos, más personales, más íntimos. 

Su última exposición fue entre el 1 y el 15 de junio de 2024 en el Centro Cultural de ex trabajadores del Banco Santander, un mes antes de su marcha recostada en la cama después de vestirse por la mañana, con los brazos sobre el pecho y a la espera de aprovechar la segunda oportunidad después de su recuperación. Quizás estuviera ya muy cansada y no tuviera fuerzas para seguir observando el mundo que le rodeaba y la pérdida de facultades de las personas mayores que ella observaba a su alrededor. Había conseguido sus metas, su última mascota fue la más cariñosa y supongo que se entregó a la paz que le ofrecían los latidos cada vez menos fuertes y más cansados de su corazón. 

Hacía calor en Zaragoza ese 14 de julio pero también soplaba el cierzo, algo a lo que nunca se acostumbró pero que la despidió con el sonido de los árboles moviendo sus ramas, que ella durante toda su vida acariciaba con su amor como a sus plantas, que casi invadían su casa.

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