Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Los impactos de las cuatro nuevas incorporaciones, que se esté trabajando con ahínco por parte de Juan Carlos Cordero por dotar de los mimbres necesarios al entrenador, que se haya abierto la Romareda dos días al público y que se encuentre la afición con cada uno de los nuevos futbolistas, me parece positivo. Uniendo estos días de satisfacción colectiva a la despedida de Alberto Zapater, que fue espectacular, la sensación de cara a un cambio de imagen y a un progreso social y deportivo, anima a pensar que esto tiene buena pinta.
Además Fran Escribá ha dejado de tener un protagonismo único en nombre del club y se puede centrar en construir un equipo eficaz y con personalidad propia para luchar por estar entre los seis primeros desde el principio. Después, las lesiones, los fallos, los adversarios, los arbitrajes, la meteorología, la falta de aclimatación de alguno de los futbolistas, pueden hacer que el objetivo no se cumpla. Pero la organización y la sensación de tener el momento actual bien gestionado es importante.
La fuerza de la afición del Real Zaragoza en los malos momentos se ha notado positivamente pero lo que puede significar para el equipo un graderío totalmente ilusionado y prácticamente lleno es prometedor en un estadio municipal que se ha dejado llevar muchos puntos en las últimas temporadas.
Lo peor está en el futuro a medio plazo: lo dijo el miércoles Raúl Sanllehí en nombre de la propiedad. Si no se resuelve pronto la adjudicación de la Romareda, se confirma el coliseo zaragozano como sede del mundial, comienzan las obras y se puede explotar el negocio de las entrañas de las instalaciones, el futuro del club estará cada vez más cercano a lo que en estos últimos quince años hemos temido: nadar hasta la extenuación para morir en la orilla.