Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.
Es ya de madrugada y observo junto al árbol de Navidad con las luces led encendidas los regalos de los Reyes Magos. Cada uno ha colocado al lado de nuestros zapatos aquello que simbólicamente hemos dedicado a los componentes de la familia. Fuera hace frío y en el corazón estallan enmudecidos unos ligeros chispazos producto de la nostalgia, que es dolor por el recuerdo.
A mi no me han gustado nunca las Navidades porque estaban marcadas por la misa del gallo en la Nochebuena, los villancicos, ir y venir de casa en casa y los compromisos que terminan agotando. Sólo la noche de Reyes ha tenido un significado especial y me ha valido durante muchos años para aguantar unas semanas agotadoras y con poco sentido por la hipocresía de la mayoría de las personas. Y desde hace más de una década, con la salida de mi hijo David a estudiar y trabajar fuera de Zaragoza, la ilusión ha descendido hasta los límites de la falta sentimientos actual. Disminuir mis pulsaciones a poco más de cuarenta es algo que aprendí después del infarto de miocardio que me ayudó a valorar mucho más el momento, dejar de discutir con imbéciles y no esperar nada de nadie. Que no supone dejar de tener buen corazón, seguir ayudando a los demás o ejercer mi profesión con más dedicación que la retribución económica recibida o la valoración de quienes te odian por ser independiente y no dejarte pudrir por las “mordidas” o, simplemente, por la envidia de saber que jamás llegarán a alcanzar tus metas y el reconocimiento de miles de personas en casi cinco décadas de comunicación multimedia.
Es posible que si tuviera nietos sintiera otra vez la excitación por disfrutar de una sensación diferente el cinco de enero por la noche. Eso me han dicho buenos amigos que ya han prolongado su descendencia a una tercera generación, pero por ahora no tiene pinta; tampoco me agobia porque sé aprovechar mi tiempo con delectación y acompañado de la soledad que se ha convertido en compañera insustituible y absolutamente necesaria.
Hemos escrito después de cenar los nombres en los paquetes que envuelven los regalos, detalles de no muy alto valor económico porque es más el pensar qué puede sorprender a las personas que quieres que el obsequio en sí. Sin ver lo que había dentro de ellos para mantener durante el sueño la dulzura de concentrar el momento de abrir los ojos horas después y descubrir con nerviosismo los presentes. Siempre hay algo inesperado, algo que te hace sonreír, algo que anima a seguir adelante.
La llama de la vida se está apagando y es posible que pronto se extinga como otras emociones de la niñez, la juventud o incluso la madurez, lo que no significa un final cercano pero sí ver la puerta cuyo umbral debes atravesar inexorablemente. Ser agnóstico significa renunciar a todas aquellas historias que te han ido inculcando en el cerebro desde niño y que descubres que son solamente la adecuación histórica de unas costumbres utilizadas por las religiones en connivencia con la nobleza, la realeza o la política atea y egoísta. No creo en el dios de los tres credos monoteístas, en sus pastores o en el rebaño que necesita sentirse protegido alimentándose en el campo y encerrado en los corrales. Ni en los salvadores de la patria culpables de guerras inútiles, dictadores o «progresistas» que solamente buscan la satisfacción de su ego babeados por inútiles que solamente desean seguir su vida fácil condenándoles a un infierno que sufrirán en vida, no después de su muerte.
Mirar en la oscuridad dibujada en el entorno de las luces del árbol te ofrece imágenes de tu pasado, de tus ilusiones, expectativas y metas. Del trabajo que has tenido que realizar para llegar con integridad a cumplir tus objetivos. De las veces que te han engañado, traicionado y postergado personas de tu entorno. Pero también de las victorias públicas y confidenciales, aquellas que son más agradables porque tú tienes la llave de un secreto que temen los derrotados difundas por los cuatro puntos cardinales cuando quieras y con el sufrimiento de una espera que, de vez en cuando, parece que se va a dar por terminada. Es como el sexo tántrico, cuando se alcanza se olvida el acto animal y se disfruta en toda la extensión de tu cuerpo y tu mente.
Nunca le he pedido nada a los Reyes Magos excepto cuando era un niño y tenía que escribir la carta con los juguetes que deseaba. Como a los cinco años ya conocí la realidad gracias a los mismos compañeros de colegio, algo mayores, que disfrutaban rasgando el corazón de los más pequeños, entendí que lo más importante era crear la ilusión y favorecer que siguiera durante mucho tiempo incluso en la mente de una persona que ya no la tenía. Siempre es mejor dar que recibir y, a veces, te sorprenden algunos detalles que agradeces con sinceridad y humildad. Es lo mejor, disfrutar de lo imprevisto y aceptarlo con sencillez.
Me ha interesado siempre la crueldad de Schopenhauer para quien «la felicidad es algo inalcanzable y su búsqueda solo nos conducirá a un mayor sufrimiento». No estoy de acuerdo pero en ocasiones me he dejado llevar por su arrogante discurso. Mucho antes, Epicuro aseguraba que lo mejor era «vivir al día sin esperanzas pero tampoco sentir melancolía por el pasado», lo cual comparto. Y entre ambos, mi querido Maquiavelo expresaba que «de los seres humanos en general, se puede decir que son hipócritas y codiciosos». Vamos, que la mayoría tienen su precio y prefieren arrodillarse ante su amo aunque le odien.
Escribo todo esto simplemente para expresar que, de nuevo, la Noche de Reyes, vuelve a sonreír la imagen del espejo cuando dejo de mirarlo. Existe una mínima posibilidad gracias a personas que han sabido sobreponerse a injusticias y alejamientos groseros de reiniciar el huracán que esconde mi corazón. Pero no puedo dejar salir esa fuerza hasta que realmente llegue el momento, si es que al final ocurre. Como siempre digo, «deseemos lo mejor, esperemos lo peor y gestionemos lo que venga».
Mientras tanto sigo como el lobo solitario, veterano, expulsado de la manada por el ataque traidor de jóvenes que han convencido al resto de volver la cabeza y mirar a otro lado para dejar fuera del grupo al invencible. Acechando, dibujando mi sombra sobre la luna unos segundos y provocando la alerta de los vanidosos machos dominantes. Y en ocasiones devoro lo que han cazado y aprovecho el deseo de sus hembras que recuerdan mi jerarquía. Sin odio pero sin piedad, favoreciendo la selección natural y poniéndome al lado del planeta para la desaparición de los inútiles. Soy el conjunto de todas sus pesadillas, sus peores sueños hechos realidad. Y lo saben.
Vuelvo a contemplar el árbol de Navidad, los regalos con su nombre, el frío que amenaza fuera de casa y la oscuridad. Junto a mi, la soledad que sonríe y me felicita por saber vivir con tranquilidad, seguir creando emociones a los demás, dejar de soñar, concebir miedo con una sonrisa y estar siempre preparado para lo que se presente, si es que se manifiesta, y si no a canalizar mi ironía para que sirva de estímulo a las buenas gentes y angustia a quienes saben que su fracaso definitivo llegará y yo estaré muy cerca de aquellos que saben que merecen ese largo y penoso final.
Feliz noche y madrugada de Reyes. Que el despertar suponga para unos respirar con su deseo y para otros cerrar los ojos para aparentar el sueño sin saber qué les espera tarde o temprano. Que no es bueno.