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Señoras y señores,queridos amigos, buena gente.

La necesidad de utilizar mitos del pasado o fiestas paganas reconvertidas al catolicismo para justificar las costumbres o, como desde el siglo pasado, motivar el comercio para aumentar el gasto, nos llevan al día de San Valentín. Su significado es de «hombre valiente» y procede del latín. En Roma se celebraban por esas fechas la fiestas de los Lupercales, nombre que proviene del compuesto de lobo y macho cabrío, un animal impuro. Los sacerdotes de la época sacrificaban a cabras en una cueva y después, en clave de festividad, los niños azotaban a las mujeres con la piel ensangrentada del cáprido para favorecer la fertilidad.

Pues ya lo saben quienes desconocían la tradición que ahora se resuelve en algún regalo, una cena juntos y más tarde, lo que caiga según los méritos contraídos por ambos. Así las cosas nada tiene esto que ver con el amor a unos colores de los antiguos miembros de la Fundación y adláteres, que siguen con el seguimiento diario del Real Zaragoza con la ayuda de los inversores de riesgo, gabinetes de abogados, sociedades de representación, bancos, constructores y amigos.

La pregunta de la mayoría de los seguidores blanquillos es por qué con la fortuna personal y societaria de esas personas físicas y jurídicas, la intención de invertir 150 millones para la remodelación del campo y disponer de sinergias con clubes norteamericanos, sudamericanos y europeos, no dedican algo más a la contratación de futbolistas y se adquieren a elementos como Quinteros o Pape Gueye.

Un ascenso supone el premio seguro de 45 millones de euros y unos suculentos ingresos para Zaragoza que volvería a estar en el mapa del fútbol profesional continental. La verdad es que no lo sé, ellos serán más inteligentes y lo habrán pensado también pero el fracaso de Sanllehí esta primera temporada con la continuidad de Torrecilla, el fichaje de Carcedo, que siga Igbekeme un año más y los futbolistas que han fichado, es absoluto y constatable a estas alturas.

Ahora nos encomendaremos a San Valentín, San Pancracio de Budapest, San Crescencio de Roma, San Agapito de Constantinopla, San Tiburcio mártir, o San Radamés de Jesús. Eso, por si acaso, después de iluminar unas bombillas en la basílica, que no ya se permite encender velas en el Pilar.

Porque ya me dirán ustedes para qué necesitaremos un estadio cuatro estrellas para cuarenta mil espectadores y 20.500 metros cuadrados para comercio en el caso de que un día se llegase a descender de categoría.

Ortiz Remacha

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