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Señoras y señores, queridos amigos, buena gente.

Estos dos últimos días he estado alejado de la participación en las redes sociales para descansar de unas semanas realmente intensas y contradictorias, envueltas en mentiras, medias verdades y escasa sinceridad por todas las partes. España se encuentra inmersa en un combate de minorías extremas amparadas por los dos grandes partidos que empiezan a sobrepasar, sobre todo algunos líderes protegidos por la burbuja de sus siervos más favorables a lo material que a su servicio a los españoles, la linea más fina del sentido común.

Ayer disfruté viendo a la selección española de fútbol femenino vencer a Suecia. Sus jugadoras y cuerpo técnico demostraron sus conocimientos y su esfuerzo sobre el terreno de juego hasta sobrepasar el tiempo reglamentado. Que gane cualquier selección de nuestro país supone para mi una satisfacción personal como les ocurre a las personas sencillas y sensatas de este país y de cualquier estado del mundo.

Que si una de ellas pisó la bandera española antes del comienzo del partido, que si levantaron el puño para mostrar en su muñeca izquierda el eslogan «se acabó» y solamente faltó el canto de la «Internacional» me parece excesivo. En primer lugar porque no creo que sepan la letra, ni la historia del socialismo, ni les importe nada más que salir de la presión bajo la que están sometidas por indignas feministas y políticos corruptos.

Primero fue Rubiales con su actitud y su forma de actuar en sus cinco años de presidente de la Federación, con su manera insoportable de representar el machismo poniendo distancia entre las jugadoras y su poder aparentemente omnímodo; pero después, y me consta, con la avalancha de feminazis que sin gustarles el fútbol, vieron una magnífica ocasión de presentar como la cabeza de un animal cazado a unas deportistas de élite sin el apoyo político necesario para seguir adelante. Y esto algunos elementos del Gobierno lo vieron positivo para crispar aún más a los españoles en estos momentos de zozobra.

Es una tragedia que la Inteligencia Artificial sea utilizada para conseguir que unos menores sin educación ni responsabilidad utilizasen una aplicación para desnudar a compañeras en algo tan terrible como la exhibición pública de unos cuerpos que no eran suyos, sin posar de ninguna manera y de explicárselo a sus padres, incapaces de entender lo que pasaba en una población donde se conocen todos como Almendralejo y la vergüenza y desamparo a las que fueron sometidas por unos menores que merecen un castigo ejemplar.

Pero no se ha escrito ni una sola linea en los medios nacionales de comunicación ni tampoco se han mostrado en las televisiones lo que se ha hecho con el Rey de España, publicando Junts per Catalunya, un video con imagénes y frases del Rey subidas a la red con un mensaje final de su lideresa diciendo que en Cataluña no tienen Rey. Tienen suerte de que la Casa Real prefiera no denunciar este hecho porque se echarían encima todos los salvajes independentistas y el social comunismo. Yo no soy monárquico pero respeto la Constitución que, por supuesto, necesita cambios y actualizaciones pero que es la última Carta Magna escrita en los países democráticos. Y cuyas modificaciones deben decidirse por referéndum, no con leyes incorporadas con trampas ajenas a la legislación vigente.

Iceta, un empleado y siervo de lujo de su querido presidente, ya anunció una «amnistía» a las jugadores que no acudiesen a la convocatoria de la seleccionadora Montse Tomé, algo que no está permitido en la Ley del Deporte y que puso encima de la mesa de cara a la próxima canonización de Puigdemont, el pago de miles de millones injustificados a una Comunidad Autónoma privilegiada desde los tiempos del dictador Francisco Franco, y un referéndum para su independencia que tampoco está fundamentado en la legalidad.

La indigna utilización del deporte para beneficios personales de políticos y grupos que se están rompiendo y provocando la respuesta de los históricos del PSOE, ahora tratados como viejos y sin validez en sus opiniones, es algo que está enfrentando a un gran número de minorías que no llegan al diez por ciento del porcentaje de la población española.

Para terminar y como colofón de lo que estoy comentando, tengan la mente abierta y reflexionen sobre un comentario que escuché, de pasada, mientras tomaba ayer un café en la plaza de España: una persona que daba la impresión de ser una mujer, ya no se sabe, con notable exceso de peso, aspecto de salir de un sambódromo de Río de Janeiro, adornada de granos en su rostro y con una sotabarba notable, dijo lo siguiente y en voz alta con las tres personas sentadas frente a su mesa: «para la absoluta emancipación de las jugadoras del Casademont Zaragoza habría que echar al entrenador por ser un macho o que se declarase transgénero porque las mujeres no queremos a los hombres».

Los años me han dado la suficiente paciencia para respirar profundamente y no entrar como un toro al trapo, asumir la libertad de expresión y pensar que la mayoría de las personas de sexo femenino no son como las minorías excéntricas y libertarias que se postulan como sus representantes. En la lucha de la necesaria, urgente e imprescindible igualdad entre el hombre y la mujer tenemos que combatir unos y otras, dándonos la mano para aguantar las miserias de los políticos y los deseos de protagonismo de personas sin conocimientos, formación, educación y moralidad que pretenden solamente aprovecharse de estas situaciones.

Ortiz Remacha

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